El peso de la ausencia

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Subió sin detenerse en ninguno de los 13 escalones que conocía a la perfección porque los recorrió durante años. Llegó al cuarto y lo vio como no quería verlo: vacío. Él no estaba. Se fue hace ya más de un año pero su presencia seguía siendo necesaria. No estaba pero sí se había quedado en esa habitación, en esa casa para siempre. Incluso con el paso del tiempo podía reconocer aun su olor.

La ausencia corroe el sentimiento, puede llevar al desaliento como preámbulo a la angustia más absoluta. La ausencia es capaz de matar la esperanza si ésta no se muestra fuerte y camina, aún con torpeza, sin detenerse aunque la mirada se pierda en el abismo de la pena. Cuando falta el otro el pasado duele, el presente hiere el alma y el futuro se desvanece porque falta en qué anclarlo.

Claro que notaba su ausencia, claro que le dolía su falta, porque tras caminar tanto tiempo juntos había perdido su punto de referencia. Mirara hacia donde mirara, sólo encontraba vacío. No veía su sonrisa, no sentía su mirada, pícara a veces, cómplice siempre, no notaba sus manos en su cuerpo, no podía escuchar su voz, la que pasara lo que pasara no dejó de vibrar por ella. Esa voz que tantas veces dijo que estaría siempre, aún cuando se fuera.

Fue su bastón cuando faltaban las fuerzas para caminar, su consuelo en los momentos de desaliento, su amigo cuando había que disfrutar hasta de las cosas más pequeñas. Él fue su mitad, o la otra mitad, o lo fue todo, porque su vida se había construido con pedacitos de cada uno de los dos, con esos trocitos que fueron engarzando uno tras uno, sin pausa pero sin detenimiento para conseguir el todo final, un todo imperfecto pero gratificante para ambos, el suyo en definitiva.

En ciertos momentos llegaba a preguntarse si realmente se había ido porque ella lo sentía de tal forma que podría jurar que no la había dejado sola nunca. Aunque no pudiera verlo sí lo sentía tan de verdad que era más que creíble que seguía ahí, a su lado. Siempre atento a lo que pudiera necesitar, siempre como el perfecto compañero de viaje que no permite el desconsuelo, como el complemento que fue a sus carencias, como el hombre que colmó sus esperanzas y sus deseos.

Pero no estaba dispuesta a renunciar al recuerdo, ni hoy ni nunca porque ese recuerdo le ayudaba a verlo todo de otra manera. Ese recuerdo era su sostén, el balón de oxígeno en el que encontraba la fuerza para seguir hacia adelante, el resorte en el que impulsarse cada mañana. Su recuerdo es compañía y compañero, amuleto y siempre apoyo.

Hoy, pese a la soledad que inundaba cada uno de los rincones de su casa, comprobó que ese sol que amaron, el que les sirvió de nexo para abrirse el uno al otro, para compartirlo todo, ese sol seguía brillando con la misma fuerza, con esa fuerza que invitaba, como él decía siempre, a salir, gritar, sonreír, a vivir. Ese sol que sostenía el recuerdo al tiempo que lanzaba esperanzas llenas de ilusión, estaba ahí también para ella. Un sol al que mirar de frente tomando de la mano a la ausencia y apretando muy fuerte cada uno de sus dedos contra el pecho. Hoy tocaba vivir también.

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