Morir a la vida para nacer al recuerdo

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¨La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera¨, José Guadalupe Posada, (1852 – 1913), México.

Nacer, crecer, reproducirse, envejecer y morir, aunque suene muy crudo, es un proceso natural, gradual, continuo e irreversible, del ser humano.

Al aumentar la esperanza de vida, junto con la calidad de la misma, el envejecimiento y la muerte constituyen eslabones importantes de nuestra realidad.

Además de ser rechazada socialmente, la muerte puede sobrevenir en cualquier momento, aun cuando lo normal supone que se produzca al final del ciclo vital. Sin embargo, envejecer hoy en día, no es lo mismo que era en el pasado, ya que se tolera mejor el fallecimiento del anciano por considerarlo como algo natural.

Es inevitable hablar de vejez sin hacer referencia a la muerte, motivo por el que tememos envejecer, por el miedo que produce el aproximarnos al final de la vida.

Estudios recientes sugieren que el miedo a morir no aumenta por causa de la edad, ya que debido a la evolución de las condiciones de vida, los sentimientos de temor de los ancianos, están más dirigidos hacia su propio proceso y deseo personal de buen morir, que ante la idea de la muerte en sí.

Por definición, la muerte es el cese absoluto y definitivo de la actividad biológica, a los fines de la interrupción total e irreversible de todas las funciones cerebrales. Este concepto tiene diversas interpretaciones debido a que su significado, varía de acuerdo al punto de vista, bien sea: médico, fisiológico, sicológico, antropológico, económico y social.

El sufrimiento y la muerte son universales, la pérdida de un ser querido es uno de los acontecimientos más estresantes y dolorosos que podemos enfrentar. Esta pérdida, es seguida por un duelo y la aflicción por el fallecido puede ser breve, o no terminar jamás.

Por diversos motivos, es difícil hablar del final de la vida, principalmente porque solo se tiene como referencia la muerte del otro, que aun cuando no se trate de la propia experiencia, despierta el drama de la separación definitiva, creando consciencia de la inevitable mortalidad.

A lo largo de la historia, la muerte y el misterio que ella encierra por el miedo a lo desconocido, ha sido un factor de angustia y ansiedad difícil de aceptar, surgiendo la negación ante una realidad que no queremos enfrentar.

Es por ello, que para vencer la resistencia que nos impide conocerla, asumirla, aceptarla y comprenderla, se requiere superar ciertas barreras socio culturales y gran cantidad de paradigmas, que nos permitan integrarla con naturalidad.

Los acontecimientos que ocurren en nuestras vidas, conducen a cada persona a formar su propia opinión, en atención a su visión particular de la realidad. En tal sentido, la actitud ante la muerte es producto de nuestras creencias, educación y experiencias, y varía en función de nuestro contexto socio cultural y su vinculación con la esperanza de vida.

De acuerdo a este sistema de creencias, este tema genera en algunas personas un rechazo, que puede llevarles a la negación de la existencia de una trascendencia y de un Dios misericordioso, mientras que para otras, la muerte representa un alegre suceso, como el tránsito para alcanzar la plenitud y la paz.

Entendiendo por religión, como el conjunto de creencias y normas de comportamiento que son propias de un determinado grupo, en las que el hombre reconoce una relación con la divinidad, se tiene que cada persona interpretará la muerte, según sean sus convicciones, tipo de culto o religión.

Las tradiciones religiosas, no mitigan a la muerte, sino que más bien, la utilizan estratégicamente para conducir a un conocimiento y sentimiento de gozo, ya que según algunas doctrinas y culturas, la muerte es el comienzo de una vida eterna en otro lugar.

Todas las etapas del ciclo vital, nos brindan la oportunidad de conocer, aprender y entender esos aspectos que aún hoy son un misterio, aunque gracias a la globalización, tenemos mayor acceso a otras culturas que nos permiten adoptar nuevas costumbres y conceptos.

Mientras que en los distintos países del mundo y en especial de Iberoamérica, se honra y conmemora a los difuntos de diversas maneras, fue en el sur de México, con los rituales aztecas de hace más de 3.000 años, donde nació una celebración para las almas difuntas.

Después de la conquista española, los antiguos mexicanos o mexicas, junto con otros pueblos indígenas, trasladaron al calendario cristiano, la veneración de sus muertos que coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, principal cultivo alimentario del país.

Así nació el ¨Día de Muertos¨, como un sincretismo en el que se fusionaron las costumbres indígenas, junto con las tradiciones católicas europeas del ¨Día de todos los Santos¨ y el ¨Día de los Fieles Difuntos¨, llevadas por los españoles en el siglo XVI.

Esta veneración dedicada a los muertos, constituyen una celebración única en el mundo por su trasfondo cultural, motivo por el cual, el 7 de noviembre del año 2003, fue proclamada, como ¨Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad¨, y posteriormente, en el año 2008, fue inscrita en la lista representativa del ¨Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad¨, de la UNESCO.

La importancia de su significado radica, en que además de que se trata de una expresión tradicional, contemporánea y viviente, es también, integradora, representativa y comunitaria, ya que da lugar a diversas expresiones populares, generando así un impacto social en la concepción e interpretación de la muerte.

Adicionalmente, dicha celebración se ha extendido a comunidades indígenas de otros países de Latinoamérica, quienes han incorporado nuevos elementos con significados propios de dichas culturas.

En la actualidad, el ¨Día de Muertos¨, se celebra desde la noche del 28 de octubre hasta el día 2 de noviembre.

En la cosmovisión indígena, esta veneración implica el retorno transitorio de las almas de los difuntos, quienes regresan a casa para compartir con sus afectos, y nutrirse de la esencia de los alimentos que éstos les ofrecen en los altares colocados en su honor.

La celebración, incluye además otras prácticas, tales como:

  • Adornar las tumbas y hacer altares sobre las lápidas
  • Decorar con calaveras
  • Esparcir pétalos de flores de cempasúchil, la flor tradicional de la festividad.
  • Colocar velas y ofrendas.
  • Preparar el pan de muerto.
  • Pedir calaverita para las ofrendas.
  • Representar a La Catrina, la dama mexicana de la muerte, originalmente llamada por su creador José Guadalupe Posada, en 1912, ¨La Calavera Garbancera¨. Luego, en 1947, el artista Diego Rivera, la bautiza con el nombre de ¨Catrina¨ y la dota de un atuendo elegante, en el mural titulado ¨Sueño de una tarde dominical¨, donde aparece del brazo de su creador Posada.
  • Desfile del Día de Muertos que se realiza desde el año 2016: Otro detalle curioso, es la creación de este desfile, que surge a raíz de la filmación de una escena de la película del agente secreto 007, James Bond, llamada Espectro, en la que aparecía un desfile con ocasión de dicha celebración, y fue adoptado para su realización.

En esta veneración de gran trascendencia popular, la muerte no remite a una ausencia, sino a una viva presencia que se materializa en el altar.

Los Mexicas creían que la vida del difunto podía tener cuatro destinos, y la tradición sugiere que se muere tres veces:

La primera, cuando se exhala el último suspiro y el cuerpo deja de funcionar, la segunda, cuando el cuerpo se entierra para regresar a la tierra y al ciclo de la naturaleza.

Pero el alma no deja de existir, se retira al paraíso de los muertos a descansar y esperar el día de poder volver a su hogar y reunirse con sus seres queridos, este es el llamado ‘Día de Muertos’, día de júbilo, alegría y celebración, por la reunión con los seres queridos que se nos han adelantado.

La tercera y última muerte, la definitiva, es aquella que tiene lugar cuando nuestros recuerdos mueren en la memoria de quienes en vida fueron nuestros afectos.

La lección que nos deja esta celebración, es que la muerte se observa, se asume y se respeta, no se le teme, se la celebra, no nos separa, más bien nos une, y no representa el fin, sino la eterna continuidad.

El hecho de que quienes se fueron estén muertos, significa que existieron, formaron vínculos en nuestras vidas y nos dejaron sus recuerdos.

¨Morimos a la vida, para nacer al recuerdo¨.

¨Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida¨, Mario Benedetti.

 

Nancy América Pérez Barreiro.

 

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