En modo Coaching

¿Qué es para ti ser una buena persona?

Dulzura, ternura, suavidad, amabilidad, generosidad y tolerancia son todos términos que, de una manera u otra, están relacionados con la bondad. El arte o inclinación a hacer el bien parece una actividad casi en desuso. Sin embargo, esta cualidad forma parte de nuestra estructura emocional y, en algunos casos, hace lo posible por manifestarse. ¿Eres de los que practican la bondad? ¿Qué es para ti ser una buena persona?

 

Hace sólo unos días, durante una de esas agradables sobremesas que ocurren de vez en cuando, surgió el tema de la bondad/maldad como rasgos de la personalidad. De este modo, algunos de mis compañeros aseguraban que las personas malas existen.

Tras escuchar atentamente su argumentación, en la que todos parecían coincidir, tercié con una afirmación que incluso me asombró a mí misma: las personas malas no existen, la maldad no es real.

Siguiendo este hilo de pensamiento, ¿qué pasa entonces con la bondad? ¿Tampoco existe como concepto o como rasgo de personalidad?

Según algunos expertos, el concepto de bondad o de ser una buena persona, está distorsionado debido a estereotipos culturales y sociales.

Es así que la cualidad de bondadoso se asimila a una persona que tiene por costumbre ceder, dejando sus necesidades por debajo de las de los demás.

 

 

El apego seguro es vital

Cuando se buscan sinónimos del término bondad, uno de los seleccionados es mansedumbre. No obstante, esto último hace referencia a la docilidad o a la sumisión. Es decir, culturalmente aceptamos que la bondad implica desdibujarse a uno mismo en aras de ser aceptado y querido por los demás.

Determinados psicólogos opinan que esta visión errónea de la bondad se nos enseña en nuestra más tierna infancia, de modo que entregarse sin establecer límite alguno se convierte en algo crucial, incluso, para la propia supervivencia.

El quid de la cuestión está en el estilo de apego que se haya establecido cuando somos niños con nuestros adultos de referencia.

“El estado de seguridad, ansiedad o temor de un niño es determinado en gran medida por la accesibilidad y capacidad de respuesta de su principal figura de afecto”, dice el psicólogo Rafa Guerrero, director de Darwin Psicólogos; “el apego es un vínculo especial entre el niño y sus cuidadores, sean o no sus padres, porque pueden ser también los profesores”.

Para el autor de Educar en el vínculo existen varios tipos de apego:

  • Seguro: los padres cada vez que su hijo tiene una necesidad, se la cubren; por ejemplo, si necesita una naranja, en la mayoría de las ocasiones le dan una naranja, con las dimensiones que el hijo necesita, ni más, ni menos. Aquí la vinculación y la autonomía están equilibrados.
  • Es un tipo de apego inseguro. Los padres tienden a evitar el canal del vínculo. Dan mucha importancia a las normas, a la educación, a los resultados; hay distancia emocional. En este caso, si el hijo necesita una naranja, le darán una mandarina, con lo que le están dando algo aparentemente similar, pero no igual. En esos hogares no se habla de emociones, ni tampoco permiten que el hijo se muestre vulnerable. Son padres de hemisferio izquierdo, de la razón y el autocontrol, con poco desarrollo del hemisferio emocional. Existe desequilibrio entre la escasa vinculación y mucha autonomía.
  • Ansioso ambivalente. Los padres le dan una naranja y en otros casos, el naranjo, el árbol. Son excesivamente protectores y emocionales; requieren más cognición. Desequilibrio por exceso de vinculación y escasa autonomía.
  • Padres con trastornos psiquiátricos, incluso con conductas de malos tratos; no existe ni vinculación, ni autonomía.

Las claves de la bondad

Es el apego seguro el vínculo que favorece la expresión de la bondad, tanto en niños como en adultos. Para llegar a la madurez y ejercitar la bondad, podemos entrenar las siguientes habilidades:

  • Empatía: Se trata de saber conectar con las emociones de la otra persona, sin cargas. Es comprender que el estado del otro es responsabilidad suya.
  • Modular las emociones: Todos sentimos las emociones; sin embargo, es preciso entrenar su gestión o modulación. Basta con darse un tiempo para sentirla, reconocerla y descargarla de una manera asertiva, sin lastimar a otros.
  • Sinceridad, no sincericidio: Otra de las claves de la bondad tiene que ver con la sinceridad, con decir la verdad. No obstante, no es preciso ser sincericida, diciendo esas “verdades” que nadie nos ha pedido y con las que hacemos daño a los demás.
  • Vocación de ayuda: La bondad tiene mucho que ver con la ayuda y apoyo que damos a otras personas. Es importante que esa vocación de acompañamiento se dé sin abandonar las propias necesidades.

 

No conozco a ninguna persona mala

Si has llegado hasta aquí, te cuento algo más acerca de la tertulia en la que el tema central fue el de la maldad/bondad.

Considero que la maldad como tal no existe; de hecho, no creo que haya personas malas o malvadas, sino más bien conductas o comportamientos que siguen esas trazas.

Nada más formular mi opinión, mis interlocutoras me preguntaron si alguna vez me había cruzado con una persona mala. En ese momento, tras echar un vistazo a mi agenda mental de contactos, mi respuesta fue un no rotundo.

Es cierto: no conozco a ningún ser humano malvado. Es posible que identifique conductas aviesas, retorcidas o crueles en algunas personas, si bien tales comportamientos no definen su personalidad.

No se trata únicamente de que prefiera evitar las etiquetas (éste es bueno, ésta es mala, aquél es un indolente o ésa es una perezosa), sino que considero que las personas (todas) a veces, cometemos actos que pueden dañar a los demás.

Ocurre lo mismo con la bondad. Lo curioso es que, cuando una se fija en las luces antes que en las sombras, el Universo te devuelve una carga energética similar.

Quizá es por esto último por lo que cada vez veo más y más acciones bondadosas, a gente que prefiere ayudar, acompañar, compadecer empáticamente y, sobre todo, que evita juzgar.

Es esta última la base principal de la bondad: el no juicio, pues implica compasión, comprensión y, además, amor incondicional.

En suma, no es muy relevante que yo no crea en la maldad ni en la bondad y sí en las acciones malas o buenas. Creo que lo verdaderamente importante se centra en aceptarnos tal cual somos y, siempre que nos sea posible, entrenar las acciones positivas y beneficiosas, tanto para nosotros mismos como para los demás.

Y tú, ¿cómo entrenas tu bondad?

¡Felices y Bondadosas Acciones! ¡Feliz Coaching!

 

Silvia Resa

Soy coach ontológica para acompañarte en la identificación de tu objetivo y apoyarte durante tu proceso de Coaching. Sistemas propios: ArkeCoaching, AstroCoaching y IronCoaching.

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