Hoy he cerrado los ojos
poco después de mirar al cielo.
Sentado en un banco del parque
buscando dibujos en las nubes
me acordé de ti,
imaginándote.

Estaba escuchando a Los Secretos
y me vino nuestra infancia,

y me acordé.

De cómo me gustaba sentirte
al irnos a la cama,
a la hora de acostarse
en aquella litera tan pequeña.

De cómo todo lo cerrabas
para dormir sin ruidos,
quedándonos en la más absoluta oscuridad.
A mí no me importaba nada,
lo compensabas haciéndome reír.

De pronto me he visto
jugando al baloncesto,
con una red de naranjas
colgada en la parte alta del armario
y una pelota de papel de aluminio.

Tú no lo sabías,
pero siempre te buscaba en el recreo del colegio;
aquel Vicente Aleixandre nuestro
que tan cerquita de casa estaba.

Y cuando por fin te encontraba,
– me daba igual que no me hicieras caso
porque estabas jugando, o rodeado
siempre de más niños que se quedaban prendados de ti -,
me bastaba con mirarte y
saber que estabas cerca.

Eso era lo mismo que me pasaba a mí,
que estaba prendado de ti.

Del porqué te hice padre
sacándome apenas tres años…
solo era amor.

Me acordé de ti, sí.
Me gustaba ponerme toda esa ropa
que por hacerte mayor me ibas pasando.
Guardaba algo de ti,
y me encantaba.

Nos fuimos haciendo mayores
y empecé a echarte de menos en el proceso.
Guardándomelo todo.
Todo lo que viví junto a ti,
en el cajón de esa mesa transparente
que ninguno se llevó,
pero que está.
Sigue estando esperando ser abierta,
como en este momento hago yo.

Vuelvo a abrir los ojos.
Las nubes que me hicieron recordarte
ya no están, han desaparecido.
Lo que no va a desaparecer jamás eres tú,
mi hermano.

Podría volverme loco.
Podría desaparecerme.
Y tú vendrías.

Cógeme la mano
y apriétala fuerte,
verás cómo te reconozco.

http://losangelesnosmirandurmiendo.blogspot.com.es.

 

Tomás Martínez

Artista polifacético dedicado a la poesía desde que era niño y a la pintura. Él mismo recuerda “aquel diario con llave de tapa roja que escribía y guardaba cada noche en una caja de vinos, a la edad de 6 años. Me enamoré sin querer de aquel papel en blanco y más cuando lo llenaba con mis pensamientos. Ver aparecer las palabras con la tinta de un bolígrafo: era emocionante. Luego, como en todas las vidas, empezaron a pasarme cosas. La tristeza y la alegría empezaron a salir de mí a cada momento como guiadas por un río invisible, y no podía parar. Y del poco a poco, al hoy”.

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