Quejarse con razón

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En tu entorno, ¿hay personas que se quejan? ¿Adoptan una postura de protesta ante cualquier dificultad que se les presente? ¿Se quedan en la queja? Y tú, ¿reclamas lo que consideras que mereces? ¿Te lamentas por algunas de las situaciones que vives? ¿Conoces el lado útil de la queja? Desde el Coaching te proponemos verlo desde el lado positivo

Cuando voy en el coche de copiloto, en un desplazamiento normal, hay ocasiones en las que el conductor o conductora protesta debido a que alguien se le atraviesa en la vía, porque un señor cruza de manera indebida y por donde no debe, incluso cuando el que maneja otro vehículo se pica e intenta rebasar el automóvil en el que nos desplazamos.

Son circunstancias aisladas, pero cuando ocurre algo de esto, intento no juzgar al que conduce, al tiempo que le pregunto qué es lo que gana insultando al otro conductor, ya que éste no le escucha, por lo que tampoco será objeto de su enfado.

Sin embargo, a mí misma me resulta molesto ver cómo mi acompañante se entrena en su ira, llegando incluso a entrar en bucle emocional mediante expresiones del tipo: “¿Has visto lo que me ha hecho? ¿Qué se creerá? ¡Se va a enterar como intente pasarme al llegar al estrechamiento de la vía!

He de reconocer que el coche es uno de los escenarios más proclives a desatar nuestra ira, a la cual, por supuesto, no soy inmune. Verlo en otros me ha llevado a reflexionar en el poder de la queja y a preguntarme ¿para qué nos quejamos?

“La queja es muy útil en lo que llamo su versión desahogo”, dice Ana Asensio, psicóloga especializada en Neurociencia; “Esto es, sabiendo con quién, cómo y cuándo me descargo; conociendo la funcionalidad de la misma”.

Asensio considera que es preciso cerrar nuestras quejas con una moraleja, para descubrir qué es lo que nos está diciendo nuestra mente y nuestro corazón; “La queja continua te va cargando y al final te hace reaccionar, te aporta contracción, de lo cual no nos damos cuenta porque su estrategia es similar a la del riego por goteo, poco a poco y gota a gota”, dice esta experta en Neurociencia.

Lo que nos propone es sustituir esas arengas de venganza por expresiones como “anda, éste que se cruza, ya le vale” o también “vaya, vaya que llevas mucha prisa” e incluso detener nuestro vehículo, sonreír al otro conductor y decirle: “¿Quieres pasar? Pues venga, adelante”.

Entrenar la amabilidad

“A veces me pasa que deseo quejarme, como desahogo, por lo que digo eso de chicos, hoy estoy cargada y voy a quejarme”, dice Ana Asensio, que explica que escoge a alguien que, de alguna manera, esté preparado para escuchar su lamento, sin verse arrastrado por el contagio de tales emociones.

“Mi protesta suelo rodearla de una moraleja final, es decir, siguiendo con la anécdota de la conducción, puedo pensar y verbalizar que la conductora del otro vehículo lo ha hecho sin darse cuenta, quizá porque lleve prisa por ir a recoger a alguien, o simplemente porque vaya ensimismada con sus pensamientos en bucle” dice esta psicóloga; “En la moraleja de nuestras protestas siempre hay algo de crecimiento interior o de acción, que es el efecto positivo que puede aportarnos”.

Se refiere Ana Asensio al desapego de la protesta en sí misma, tomando distancia y dándonos cuenta de que nosotros no somos esa conducta de rumia y negatividad.

¿Qué otra cosa podemos hacer al respecto? Asensio nos propone uno de sus valores favoritos, la amabilidad. “Cuando soy amable con los demás, es porque en el fondo también lo soy conmigo”.

Son escenarios vividos posiblemente por todos, en los que dejamos que, en la caja de salida del súper, pase ese cliente que lleva un solo paquete, frente al gran carro que constituye nuestra compra semanal; también lo es ese gesto que tenemos con una persona mayor a la que ofrecemos nuestra ayuda para cargar con la bolsa que casi le aproxima el rostro al suelo.

Lo es, en fin, la sonrisa que, ahora con los ojos, regalamos a ese bebé que nos mira, o esa caricia a la mascota a la que han llevado a pasear y persigue su pelota.

“Esa amabilidad, que no supone sumisión ni obediencia alguna, te conecta con una foto propia, te devuelve una imagen tan bonita que va hacia tu autoestima, que a su vez va ligada directamente a tu felicidad”, dice Ana Asensio; “Es lo que te lleva a pensar ‘qué maja soy’ y, al mismo tiempo, a considerar que el resto de la gente también lo es”.

La persona con la que interactuamos suele devolver esa amabilidad que le ofrecemos, bien en forma de sonrisa, bien mediante el agradecimiento verbal; “Si no es así, dado que estas acciones las hacemos desde el corazón y sin buscar aprobación o reconocimiento ajenos, nos sentiremos a gusto con nosotros mismos”.

Sonrisas que no fallan

Durante su participación en el congreso virtual “Encuentra sentido a tu vida”, organizado por la coach Yolanda Martínez, de “Descubriendo quién soy”, Ana Asensio ha tratado el tema de la transformación de la mentalidad y del modo de ver la vida. En este punto, una de las herramientas fundamentales es la sonrisa, clave para valores como el de la amabilidad, antes citado.

“La gente que vive en positivo sonríe conscientemente; se trata de una sonrisa más celular, una mirada amable”, recuerda Asensio, que propone que “mientras agradecemos, podemos fijarnos en cómo está nuestro rostro, si lo notamos o no tenso; también la comisura de nuestros labios”; tras tomar conciencia de ello, nos invita a sonreír: “La sonrisa está ligada a las emociones cerebrales y son las que indican al cerebro que todo está bien; de ahí que se diga que la sonrisa es el yoga de la boca”.

Y recuerda que una buena sonrisa incrementa nuestra conexión social y con nosotros mismos, lo cual nos procura un “subidón” a nuestra autoestima. Además, tal y como resumía en un dicho mi querida abuela Mercedes, sevillana por más señas, “sonríe, que es gratis” Y, además, con incontables beneficios para nuestra salud y bienestar emocionales.

¡Felices Quejas y Sonrisas! ¡Feliz Coaching!

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