Cómo ser resilientes en familia

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¿Sabías que somos una sociedad resiliente? Situaciones como las vividas hace año y medio sirven de ejemplo, aunque lo cierto es que no le habíamos puesto nombre todavía. Dos generaciones atrás manejaban esta herramienta con habilidad y ahora nos compete a los adultos transmitírsela a hijos y a nietos. Es la resiliencia en familia. Desde el Coaching, te acompaño

Al hablar de resiliencia emocional nos referimos a la cualidad que nos permite volver al mismo punto tras un desbordamiento anímico, sea social o grupal, y que nos ha afectado grandemente.

Volver a la misma posición, pero no del todo, dado que este entrenamiento nos provee de cicatrices emocionales que corresponden a todo lo acumulado a lo largo de nuestra vida, estemos en el momento vital en el que estemos. Nuestra colección de heridas sanadas será tanto mayor cuanto más lo entrenemos.

“Hemos de prepararnos para fracasos y reveses”, dice Begoña Ibarrola, psicóloga; “pues es preciso que aceptemos ciertas dosis de malestar, dado que la tristeza es una emoción muy adaptativa”.

Ibarrola ha participado recientemente en una charla coloquio virtual, a propósito de la resiliencia en familia y a través de la plataforma Educar es Todo.

Comunicación asertiva, optimismo realista, respeto y apoyo mutuo son los principales fortalecedores de la resiliencia familiar, según esta experta.

 

Un acto de amor equivocado

Dice Ibarrola que nuestra sociedad actual “es sobreprotectora, lo cual no facilita las habilidades para la resiliencia”; “Es un acto de amor equivocado, pues de esta manera estamos convirtiendo a los niños en seres débiles, que es justo lo contrario a la fortaleza, que a su vez no está reñida con la sensibilidad”.

Para esta psicóloga, “es un entrenamiento que puede convertirse en el mejor regalo para nuestros hijos, a los que decimos que van a enfrentarse a problemas difíciles para los que han de prepararse”.

Habitualmente vemos el sufrimiento, las dificultades o las crisis como algo negativo, “lo cual es una percepción equivocada, tal y como nos muestra la naturaleza”, dice Begoña Ibarrola; “El esfuerzo es lo que nos prepara para la adversidad”.

Cada cual toma su dirección

Más de una vez se oye la expresión, referida a dos hermanos, de que “parecen hijos de distintos padres”, como si el hecho de la consaguinidad implicara contar con personalidades clónicas.

La epigenética, capaz de modificar nuestros genes a partir de nuestra relación con el medio, ha venido a desmontar tal aserto. Como decía mi abuela más refranera, “no con quien naces, sino con quien paces”.

“Cada hijo crece en una dirección, a pesar de estar en la misma familia”, dice Ibarrola; “los padres hemos de estar al servicio de su autonomía, al ritmo que sea necesario”.

El equilibrio emocional está en función de la madurez del niño; el hogar ha de ser un entorno seguro, habida cuenta de que el riesgo cero no existe; “Es el espacio donde expresar afectividad, emocionalidad y autonomía, donde podemos decir a nuestra hija que puede hacerlo sola, puesto que ya la hemos enseñado”, dice esta psicóloga; “Es cierto que quizá nos diga que no le sale, que no lo consigue, ante lo que podemos responder que lo importante es que lo intente, pues la autonomía y la autoestima van de la mano, además de favorecer la resiliencia”.

Insiste Ibarrola en que es importante que enseñemos a nuestros hijos a gestionar la frustración, acompañándolos en el proceso. Durante el mismo, hemos de evitar juzgarlos, respetando sus tiempos de resolución y ejecución.

Decálogo para hijos resilientes

La calidad de vida de las personas integrantes de una familia mejora con la resiliencia, habilidad que puede entrenarse.

La psicóloga Begoña Ibarrola nos propone el siguiente decálogo de siete puntos, para fomentar dicha herramienta en nuestros hijos:

  • Transmitirles seguridad y amor. Sentirse seguro y querido establece un lazo fuerte con la familia, lo que se traduce en que la niña gestionará una situación difícil a partir de su vínculo de apego seguro.
  • Fortalecer su autoestima. Se trata de que el menor aprenda a quererse, a valorarse y a confiar en sus capacidades. Como padres podemos servir de ejemplo a partir del mantra “tú vales, tú mereces, tú puedes”.
  • Facilitarles las relaciones sociales. Que aprendan a hacer amigos, dado que el aislamiento promueve la inseguridad y el miedo, además de evitarle irse creando una red de apoyo social.
  • Enseñarles a abordar los problemas. Desde nuestra experiencia de adultos, transmitirles el mensaje de que los desafíos de hoy les ayudarán a resolver los problemas de más adelante. Evitar, en este sentido, la sobreprotección.
  • Fomentar en ellos la solidaridad. Hacerles ver lo positivo de ayudar a los demás, el significado de la compasión empática y los beneficios del acercamiento y la conexión con los demás.
  • Establecer metas razonables. Los niños han de aprender a plantearse objetivos alcanzables, en función de sus capacidades y recursos; “Es así como experimentarán el valor del logro y la satisfacción por lo alcanzado”, dice Ibarrola, quien nos invita a “alabar sus logros, para que se sientan valorados y motivados”.
  • Dificultades que son retos. Los adultos hemos de ayudar a los niños y adolescentes a ver cómo se puede resolver cada situación y cómo ser flexibles. Cada reto han de verlo como una oportunidad de aprendizaje y mediante la creatividad y la flexibilidad conseguirán una conducta resiliente.

Por cierto, una cuestión interesante es la del apego, tan determinante en la vida futura de los niños y adolescentes, a la hora de establecer sus relaciones interpersonales.

La psicóloga Begoña Ibarrola nos propone una píldora en relación a este tema: “Si están demasiado apegados a nosotros, deberemos soltar un poco, para equilibrar los polos de dependencia y autonomía; si por el contrario son niños desapegados, no está de más apegarlos, para que así se sientan queridos y seguros”.

¡Feliz Familia Resiliente! ¡Feliz Coaching!

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