“Aprendemos a pensar y lo que vale la pena de la vida es sentir”

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Así podríamos resumir la esencia de En el limbo, cuarto libro del doctor en Biología Molecular argentino Estanislao Bachrach, que Grijalbo ha publicado en nuestro país. Porque es una obra, no solo teórica, también práctica, en la que se nos dan las pautas para iniciar un camino apasionante, aquel que nos lleva a reconstruir nuestras emociones. Un camino al que nos invita el autor si queremos «dejar de ser la víctima del contexto, de las cosas que nos suceden, y hacernos responsables de los que sentimos». Bachrach nos acerca la neurociencia ofreciéndonos las herramientas que nos servirán para sentir, reconocer lo que sentimos, y reconducirnos hacia la persona que queremos ser.

 

Este es tu cuarto libro. ¿Qué ha hecho que lo centres en algo aparentemente tan normalizado como es el mundo de las emociones?
Para contestarte tengo dos explicaciones, y las dos son muy egoístas. Una es que soy mi primer conejillo de indias, por lo que en estos años de aprendizaje permanente me he dado cuenta de cuáles son las cosas que más me cuestan, y una de ellas es la expresión de las emociones, el poder conectarme con ellas, sobre todo con aquellas que no son tan bonitas. Empecé a investigar, como biólogo centrándome en qué es lo que saben los biólogos del cerebro y de las emociones. Es muy importante aclarar que nada de lo que cuento en el libro es verdad, nada de lo que te voy a contar a ti es verdad, es una disciplina, es la mirada de los biólogos sobre el mundo de las emociones. Entonces, por un lado está esta cosa medio egoísta de querer aprender sobre mí, saber qué puedo hacer. En general me lleva un año investigar un libro, pero esta vez estuve tres años, porque nadie se pone de acuerdo, la gente lo tiene normalizado pero en realidad no es tan fácil definir qué es una emoción. Ha sido un viaje fascinante de tres años donde atravesé la muerte de mi madre, un divorcio, situaciones difíciles en mi país, con lo cual el movimiento emocional ha acompañado a la escritura del libro.

 

Dices que tú has sido tu propio conejillo de indias pero es a eso a lo que invitas al lector también. De este modo, ¿cada uno intentará encontrar esa definición sobre la que nadie se pone de acuerdo?
Es que eso es lo que sucede. Yo soy científico de formación, trabajé en universidades y en hospitales casi 20 años, y hay mucha teoría, mucha lógica, mucha evidencia, mucho experimento, pero si no lo pruebas contigo mismo queda en la nada. Por más que yo trate de convencerte de algo, lo tienes que vivir, lo tienes que sentir. Aprendemos tanto a pensar y tan poco a sentir, y lo que vale la pena de la vida es sentir, más que pensar. La idea es llevar un poquito de ciencia a esto que es el sentir, qué nos pasa y sobre todo cómo podemos construir eso de manera decidida y no dejar que el mundo nos haga sentir algo sino decidirlo nosotros.

 

Para decidirlo nos invitas a situarnos en un lugar en el que a priori da vértigo situarse, en el limbo, como reza el título de tu libro, en el límite. ¿Qué es el limbo?
Juego con las palabras en el título, pero el limbo es el borde, el límite de la frontera de algo. La invitación es empujar un poquito al lector a esto que dices, a animarte a mirar un poquito más allá de tu zona de confort, que es una frase trillada pero es cierto, y hay que tener claro que no es nada malo estar en tu zona de confort. Pero el biólogo te dice, puedes quedarte ahí toda tu vida, no pasa nada, pero también puedes mirar un poquito más afuera y ver qué hay, quizá hay cosas interesantes. En el limbo es eso, pararse en esa frontera y ver si nos anima o a mirar al otro lado o pasar al otro lado. Y aparte, en biología, existe lo que se llama el sistema límbico, esas áreas del cerebro donde están involucradas aparentemente para la ciencia hoy las emociones. De ahí este juego de palabras.

“Existen herramientas para tomar decisiones y generar bienestar en nuestra vida, más allá del contexto”

 

Una vez que nos situamos en esa frontera, ¿podemos llegar a ser quienes queremos ser, como reza el subtítulo?
Ese subtítulo ya sabes que siempre es una frase muy de marketing para llamar la atención del lector y que decida abrir el libro. Pero si lo tomamos con cuidado sí tiene que ver con esto. Es decir, podemos dejar de ser la víctima del contexto, la víctima de las cosas que suceden y hacernos responsables de lo que sentimos. En el libro cuento que hay un montón de herramientas que tenemos para tomar decisiones y generar bienestar en nuestra vida, más allá del contexto. Es obvio que el contexto influye pero hay mucho que podemos hacer en la cabeza. Algo que no conocemos porque no lo aprendemos en el colegio, ni de nuestros padres. Sí, convertirte en quien quieres ser suena muy fuerte y muy grande, pero podemos al menos acercarnos a eso.

 

¿Intentarlo es una muestra de valentía?
Sí, al menos intentarlo, aunque cause dolor, porque hacer esos cambios duele. Yo respeto mucho a la gente que no lo quiere hacer. La propuesta es que la biología indica hoy que es posible y que muchas veces vale pena. Pero es una decisión personal.

 

En el libro propones multitud de ejercicios prácticos, pero no todos son fáciles de hacer porque te obligan a mirar detenidamente hacia dentro.
Aquel ejercicio que te cueste mucho, que te haga sentir incómoda, ese es el que hay que hacer (sonríe). No hay que hacerlo bien, solo hay que hacerlo.

 

¿Qué poder tienen las emociones en la toma de decisiones?
El poder es tremendo y te lo explico desde dos líneas diferentes en paralelo. Existe un cerebro más racional y otro más emocional. Los dos están combinados interactuando permanentemente. Al analizar el cerebro, los neurocientíficos observan que el cerebro emocional tiene física y químicamente tiene mucha más influencia sobre el racional que al revés. Es decir, cuando uno está pensando y cree que está siendo lógico en su toma de decisiones, en realidad está todo el tiempo sesgado por su cerebro emocional. Cuando uno más conoce su cerebro emocional, que es este libro que invito a leer, más fácilmente se da cuenta de esos sesgos y, por lo tanto, mejores decisiones toma. Si no uno va por la vida creyendo ser muy analítico, muy lógico, cuando en realidad el emocional, susurrándote sin que te des cuenta, te va diciendo lo que quiere hacer él, no el racional. En general, considero que el cerebro racional es mucho más de concluir, de justificar, y el emocional es el que toma la decisión real. Pero como no aprendemos tanto del cerebro en la educación formal e informal, siempre estamos aprendiendo a pensar y nunca estamos aprendiendo a sentir, por lo que claramente hay mucha influencia en la toma de decisiones. Y, por otro lado, hoy la tecnología te permite darte cuenta de cómo tomas decisiones. Tomamos alrededor de 3.500 decisiones por día y más del 95 % son emocionales.

 

¿Cuáles son las claves, las herramientas principales con las que contamos en el camino hacia el rediseño de las emociones?
Si tuviese que resumir todo el libro en una gran frase convertida en herramienta, sería la importancia que tiene tu forma de pensar y de interpretar las cosas que te suceden en la vida a la hora de sentir. Cómo uno interpreta las situaciones genera emociones muy intensas, y esas emociones intensas son las que no te permiten pensar con claridad, las que no te permiten tomar buenas decisiones, las que no te permiten ser creativo, crearte posibles escenarios para decidir. Bajo emociones muy intensas uno suele reaccionar (enojarse rápido, ponerse a la defensiva, atacar…). Creo que, aunque parezca contradictoria y contraintuitivo, la herramienta más importante es a la hora de entender cómo te sientes tienes que pensar cómo piensas. Cómo estás pensando la situación influye en cómo estás sintiendo la situación.

“No olvidemos que aprender rejuvenece tu cerebro”

 

Como biólogo Estanislao, ¿cómo influyen o qué repercusión pueden tener esas emociones a nivel físico?
Los experimentos más potentes que ha habido son los que han comparado durante 30 años (que son la razón por la que me interesé en escribir este libro) en personas que suprimen la emoción, y yo soy un gran supresor de emociones. Cuando te sientes mal y no lo compartes, cuando me enojo y me lo guardo, cuando estoy triste y no me conecto con esa emoción, tengo miedo y hago ver que no lo tengo. Eso es mentira, la emoción siempre está. Y cuando uno la suprime y no la expresa, va al cuerpo. Y esa emoción, que son las famosas mariposas en la panza, el corazón se acelera, transpiran las manos, te contracturas, todo eso es emocional, y si uno vive muchos años así aparecen síntomas, malestar, enfermedades, que tienen que ver con esa falta de conexión con las emociones. Por eso es tan importante entenderlas y poder expresarlas, liberarlas. El experimento que te cuento se hizo comparando personas que suprimían emociones y que aprendieron a reinterpretar los eventos. Por ejemplo, se murió mi madre, es muy triste y está bien estar triste pero puedo pensar que tuvo una vida muy feliz, logré conocerla mucho, pasamos unas últimas vacaciones increíbles, etc. Es decir, pensarlo de otra manera para poder generar otro tipo de emoción.

 

¿No hay emociones malas?
No hay emociones malas, hay emociones feas.

 

Pues utilizando tus términos, en el proceso de rediseñar las emociones, ¿son estas emociones feas más complicadas?
No tiene por qué. Depende de las personas. Mira, justo hablaba ayer con una íntima amiga mía que me decía que le cuesta mucho disfrutar, expresar su felicidad, conectarse con el bienestar que siente, que le cuesta. Y hay gente que le cuesta, como a mí, conectarse y sentir, permanecer y dejarse atravesar por las emociones menos placenteras como la tristeza, el enojo, el miedo. Creo que no hay una forma de estandarizar qué cuesta más o cuesta menos. Depende de las personas, de las vivencias de cada uno, de lo que le ha pasado. Sí que hay una cuestión cultural, sobre todo en Hispanoamérica, de que está mal estar triste, enojarse, no es bueno el miedo, y sin embargo son emociones que para la biología son disciplacenteras, pero de ninguna manera son negativas. Para los biólogos las emociones son como datos, es información que te está dando tu cuerpo sobre algo que te ocurre. Ahí hay que ver qué hago con esa información, cómo me conecto con ella y qué decisiones puedo tomar, cuáles no me conviene tomar, a quién puedo recurrir para ayudarme. Esta es otra cuestión muy importante. Yo no soy terapeuta, no soy coach, no trabajo con patologías, este es un libro “normal”, pero muchas veces hay que levantar la mano y pedir ayuda profesional.

 

“A la hora de entender cómo te sientes tienes que pensar cómo piensas”

 

¿Siempre se está a tiempo para iniciar ese camino de reconversión de las emociones? ¿Todos pueden beneficiarse de su lectura, independientemente de su edad?
Sí, todos. Lo que me ha pasado con mis libros, y tengo la suerte de que en España están los tres anteriores, me ha sorprendido muchísimo la variedad de edades de sus lectores. Me escriben chicos de 15 años, hay maestras de primer grado que lo ponen obligatorio en el colegio, y con humildad y un poco de vergüenza te digo que tengo un club de fans de gente de 80 años. No es a propósito, pero la biología te dice que no importa la edad, puedes cambiar, puedes conocerte más, nunca es tarde. Cuando uno más viejo es más ganas tiene que tener, no es que le cueste más, lo que cuesta son las ganas. Cuando uno se pone grande y quiere seguir aprendiendo sobre uno mismo o sobre otras cosas, no hay un problema neuronal. Esa famosa frase: “Yo ya no puedo, soy viejo”, es mentira. Uno puede decir, ya no tengo ganas, pero es solo una cuestión de interés. No olvidemos que aprender rejuvenece tu cerebro. Todo lo que te desafía y te cuesta, es bueno para ti.

 

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